Luego de probar que las plantas sienten, me encuentro obligada a abandonar el veganismo. Debo ser coherente.” Declara científica noruega.
Oslo, Noruega, 21 de junio.- Luego de
años de investigación, la científica noruega Astrid Bjerkås asegura
tener pruebas de vida emocional en las plantas: “es algo que estaba en
la cultura popular, sabíamos que las plantas reaccionaban emocionalmente
al trato y la voz de los humanos, esto viene a corroborar lo que hasta
ahora sospechábamos solamente”. A partir de sus conclusiones, Bjerkås,
quien forma parte del Vitenskapskomiteen for mattrygghet (Comité de
Científicos Noruegos para la comida sana), dice que debe crearse una
nueva cultura: “si los veganos queremos ser coherentes, debemos dar un
paso más radical, no podemos seguir comiendo plantas o vegetales, estos
también sufren”.
El método propuesto por Bjerkås consiste
en comer sólo los vegetales que ya se desprendieron del árbol o de sus
raíces “entonces podemos garantizar que no hay sufrimiento”, dice. “Nos
llevó trabajo comprender cómo funcionaba su “sistema nervioso” porque
sabemos que propiamente no existe uno, sin embargo hay que ver que son
sensibles a la luz, que se mueven, y que reaccionan de maneras diversas a
los tratos de sus cuidadores”.
“A partir de ahora debemos crear una
nueva cultura: comer sólo frutos que ya se desprendieron del árbol o de
sus raíces, y acompañar este procedimiento con una dieta habitual de
agua y miel”, aseveró. “Sólo esto nos hará realmente coherentes, aunque
algunos colegas míos siguen incómodos con la idea de miel, después de
todo es aprovecharnos de el trabajo de otros seres vivos”, concluyó.
De otro lado: En 1966. en una Sede de la CIA en Langley, Virginia (Estados Unidos)
Cleve Backster era un agente especializado en interrogatorios. Estaba acostumbrado a todo tipo de prácticas y tenía muchísima práctica en el uso del detector de mentiras. Aquel día no había trabajado y un tanto aburrido, decidió conectar una rama a los electrodos de la máquina. Era un simple juego, pero iba a descubrir algo insólito, porque cuando la planta recibía agua, el detector de mentiras emitía una señal cuyas características se interpretan durante los interrogatorios como un indicativo de bienestar o satisfacción.
Tras aquella primera “reacción” decidió seguir curioseando y quemó la planta. En ese instante, el polígrafo emitió otra señal, diferente pero muy poderosa. Se trataba de un indicativo que en humanos equivalía al dolor. De forma accidental, Backster acababa de efectuar un descubrimiento singular.
Lo que aquellos primeros indicios le señalaban es que las plantas son capaces de experimentar sensaciones. Y no sólo eso, sino que esas sensaciones podían medirse y cuantificarse del mismo modo que en los humanos. A partir de ese momento, el investigador comenzó a efectuar experimentos cuyos resultados fueron apasionantes.
En primer lugar, repitió la experiencia en diversas situaciones. Desde los primeros ensayos comprobó que, efectivamente aquellas reacciones en las plantas conectadas a los electrodos se repetían. Los experimentos que realizó fueron cada vez más complejos. Uno de ellos intentaba discernir si las plantas eran capaces de manifestar memoria. Para el ensayo se sirvió de la colaboración de seis estudiantes. Uno de ellos tenía que matar una planta en presencia de otra que sobrevivía, pero lo tenía que hacer cuando no hubiera nadie más dentro de esa sala. Así, ninguno de los otros experimentadores – ni siquiera el propio Backster – sabría quién era el asesino.
Lo que tenían que hacer a continuación era entrar de uno en uno en la sala en donde se había efectuado el experimento. Se trataba de algo similar a una rueda de identificación. Para ello, se conectó la planta superviviente – que había presenciado el crimen – a la máquina de la verdad. Debía saber, por tanto, cuál de los seis sujetos lo había llevado a cabo.
Por supuesto, ésa era la hipótesis a comprobar. Sin embargo, se pudo demostrar. Y es que cuando el culpable entró en la sala, la máquina comenzó a mostrar una serie de trazos enloquecidos. En cierto modo, había logrado identificar al criminal.
Backster hizo también otro tipo de pruebas. Dedujo que cuando a una planta se le cortaba una parte, ésta mostraba señales de dolor. Sin embargo, las reacciones posteriores eran idénticas. Aquello le sirvió para teorizar que la percepción en los vegetales se producía a nivel celular. Del mismo modo, quiso estudiar cómo reaccionaban las plantas al ataque de crustáceos. Le sorprendieron los resultados: al principio, el polígrafo mostraba líneas asociadas al dolor, pero cuando los ataques se hacían repetidos, esas líneas desaparecían y los ataques no provocaban sensaciones en las plantas. Es como si éstas s e acostumbraran al daño o como si los vegetales establecieran unos mecanismos de defensa.
Un investigador ruso quiso contrastar los estudios iniciales de Backster. Se trataba del psicólogo Benjamin Puskin, pero en su caso no quiso llevar a cabo los estudios con la máquina de la verdad. Y es que si las tesis del investigador norteamericano estaban en lo cierto, resultados muy similares se producirían si a las plantas se les aplicaba un aparato para medir la actividad cerebral. Huelga decir que el resultado fue idéntico: ¡las plantas parecían tener sensaciones!
Ambos investigadores concluyeron en sus expedientes que los estudios demostraban que existía comunicación celular en las plantas, que se producía por mecanismos desconocidos, pero que su realidad era innegable.
La siguiente información, mas atrapante aun y con respuestas a nuestras preguntas que seguro se hacen en estos momentos...
Algunos de los descubrimientos de Cleve Backster son divertidos, pero igualmente importantes en cuanto a su significado. Un ejemplo es el “soponcio de las hortalizas” Se conectan electrodos a tres tipos diferentes de verduras frescas. Luego alguien elige una de esas tres para dejarla caer en agua hirviendo, como se hace en los restaurantes con las pobres langostas vivas. La hortaliza seleccionada “se desmaya” aun antes de que la toque, en cuanto es mentalmente seleccionada: es decir: el polígrafo registra un súbito movimiento hacia arriba, seguido por una abrupta línea recta que indica “inconsciencia” Las otras verduras continúan sus garabatos gráficos sin interrupción. . . hasta que la infortunada compañera cae en el agua hirviente: entonces responden con una empática agitación. Los huevos también “se desmayan” cuando se decide recogerlos y romperlos; registran una respuesta “nerviosa” similar cuando se rompe otro huevo a poca distancia.
Este descubrimiento es muy consolador para los vegetarianos, al comprobar que los vegetales caen en una especie de coma anestésico en cuanto comprenden lo que les va a pasar. Cleve B. piensa que uno debería notificar a la comida que está a punto de convertirse en parte de la cadena alimenticia, a fin de que entren en un coma indoloro y protector. Es lo que suelen hacer los monjes tibetanos: disculparse en voz alta ante los alimentos antes de prepararlos o comerlos.
Otro ejemplo de soponcio ocurrió cuando C.B. recibió en su laboratorio de Nueva York la visita de una señora de cierta universidad de Canadá, que se dedicaba a la botánica y “trabajaba con plantas”. Quería observar una de las demostraciones con vegetales. Aunque a C.B. No le gustaban ese tipo de cosas, le dio reticentemente el gusto. A la hora designada para la demostración, la mujer llamó a la puerta. La hizo pasar y la condujo directamente a donde estaban las plantas. Mientras ella se sentaba a mirar, él conectó electrodos a varias de las plantas y esperó. Siguió esperando. No había señales, ni siquiera de “soponcio”. Las agujas no se movían en el polígrafo.
Con una mezcla de bochorno, fastidio e intriga (nunca antes había visto semejante falta de respuesta), pasó un rato trabajando con los electrodos y finalmente renunció. Las plantas no querían “hablar”. Habían cortado toda su comunicación. . . y punto. Eso era todo. C. B. se dijo que si se habían “desmayado” debía de haber ocurrido antes de que él las conectara, probablemente en el momento en que la mujer había llamado a su puerta. . . con algún pensamiento errabundo flotando en su mente. Pero ¿Cual?.
Tras conversar amablemente unos minutos con su visitante, le preguntó que qué clase de trabajo hacía en la Universidad. Ella respondió alegremente: “En general, reúno plantas, las llevo al laboratorio, las pongo en el horno y las horneo para obtener su peso neto”. ¡Misterio resuelto!. Las asustadas plantas habían captado, por el extraño Código Morse de la percepción vegetal, que al laboratorio acababa de entrar una “bruja malvada” que quizá quisiera convertirlas en cosas secas.
En cuanto la mujer abandonó el laboratorio, C.B. muy preocupado, volvió a sus traumatizadas plantas; allí estaban, trazando otra vez sus normales diseños de “tranquilidad” en el papel del polígrafo pasado ya el susto.
Cleve Backster era un agente especializado en interrogatorios. Estaba acostumbrado a todo tipo de prácticas y tenía muchísima práctica en el uso del detector de mentiras. Aquel día no había trabajado y un tanto aburrido, decidió conectar una rama a los electrodos de la máquina. Era un simple juego, pero iba a descubrir algo insólito, porque cuando la planta recibía agua, el detector de mentiras emitía una señal cuyas características se interpretan durante los interrogatorios como un indicativo de bienestar o satisfacción.
Tras aquella primera “reacción” decidió seguir curioseando y quemó la planta. En ese instante, el polígrafo emitió otra señal, diferente pero muy poderosa. Se trataba de un indicativo que en humanos equivalía al dolor. De forma accidental, Backster acababa de efectuar un descubrimiento singular.
Lo que aquellos primeros indicios le señalaban es que las plantas son capaces de experimentar sensaciones. Y no sólo eso, sino que esas sensaciones podían medirse y cuantificarse del mismo modo que en los humanos. A partir de ese momento, el investigador comenzó a efectuar experimentos cuyos resultados fueron apasionantes.
En primer lugar, repitió la experiencia en diversas situaciones. Desde los primeros ensayos comprobó que, efectivamente aquellas reacciones en las plantas conectadas a los electrodos se repetían. Los experimentos que realizó fueron cada vez más complejos. Uno de ellos intentaba discernir si las plantas eran capaces de manifestar memoria. Para el ensayo se sirvió de la colaboración de seis estudiantes. Uno de ellos tenía que matar una planta en presencia de otra que sobrevivía, pero lo tenía que hacer cuando no hubiera nadie más dentro de esa sala. Así, ninguno de los otros experimentadores – ni siquiera el propio Backster – sabría quién era el asesino.
Lo que tenían que hacer a continuación era entrar de uno en uno en la sala en donde se había efectuado el experimento. Se trataba de algo similar a una rueda de identificación. Para ello, se conectó la planta superviviente – que había presenciado el crimen – a la máquina de la verdad. Debía saber, por tanto, cuál de los seis sujetos lo había llevado a cabo.
Por supuesto, ésa era la hipótesis a comprobar. Sin embargo, se pudo demostrar. Y es que cuando el culpable entró en la sala, la máquina comenzó a mostrar una serie de trazos enloquecidos. En cierto modo, había logrado identificar al criminal.
Backster hizo también otro tipo de pruebas. Dedujo que cuando a una planta se le cortaba una parte, ésta mostraba señales de dolor. Sin embargo, las reacciones posteriores eran idénticas. Aquello le sirvió para teorizar que la percepción en los vegetales se producía a nivel celular. Del mismo modo, quiso estudiar cómo reaccionaban las plantas al ataque de crustáceos. Le sorprendieron los resultados: al principio, el polígrafo mostraba líneas asociadas al dolor, pero cuando los ataques se hacían repetidos, esas líneas desaparecían y los ataques no provocaban sensaciones en las plantas. Es como si éstas s e acostumbraran al daño o como si los vegetales establecieran unos mecanismos de defensa.
Un investigador ruso quiso contrastar los estudios iniciales de Backster. Se trataba del psicólogo Benjamin Puskin, pero en su caso no quiso llevar a cabo los estudios con la máquina de la verdad. Y es que si las tesis del investigador norteamericano estaban en lo cierto, resultados muy similares se producirían si a las plantas se les aplicaba un aparato para medir la actividad cerebral. Huelga decir que el resultado fue idéntico: ¡las plantas parecían tener sensaciones!
Ambos investigadores concluyeron en sus expedientes que los estudios demostraban que existía comunicación celular en las plantas, que se producía por mecanismos desconocidos, pero que su realidad era innegable.
La siguiente información, mas atrapante aun y con respuestas a nuestras preguntas que seguro se hacen en estos momentos...
Algunos de los descubrimientos de Cleve Backster son divertidos, pero igualmente importantes en cuanto a su significado. Un ejemplo es el “soponcio de las hortalizas” Se conectan electrodos a tres tipos diferentes de verduras frescas. Luego alguien elige una de esas tres para dejarla caer en agua hirviendo, como se hace en los restaurantes con las pobres langostas vivas. La hortaliza seleccionada “se desmaya” aun antes de que la toque, en cuanto es mentalmente seleccionada: es decir: el polígrafo registra un súbito movimiento hacia arriba, seguido por una abrupta línea recta que indica “inconsciencia” Las otras verduras continúan sus garabatos gráficos sin interrupción. . . hasta que la infortunada compañera cae en el agua hirviente: entonces responden con una empática agitación. Los huevos también “se desmayan” cuando se decide recogerlos y romperlos; registran una respuesta “nerviosa” similar cuando se rompe otro huevo a poca distancia.
Este descubrimiento es muy consolador para los vegetarianos, al comprobar que los vegetales caen en una especie de coma anestésico en cuanto comprenden lo que les va a pasar. Cleve B. piensa que uno debería notificar a la comida que está a punto de convertirse en parte de la cadena alimenticia, a fin de que entren en un coma indoloro y protector. Es lo que suelen hacer los monjes tibetanos: disculparse en voz alta ante los alimentos antes de prepararlos o comerlos.
Otro ejemplo de soponcio ocurrió cuando C.B. recibió en su laboratorio de Nueva York la visita de una señora de cierta universidad de Canadá, que se dedicaba a la botánica y “trabajaba con plantas”. Quería observar una de las demostraciones con vegetales. Aunque a C.B. No le gustaban ese tipo de cosas, le dio reticentemente el gusto. A la hora designada para la demostración, la mujer llamó a la puerta. La hizo pasar y la condujo directamente a donde estaban las plantas. Mientras ella se sentaba a mirar, él conectó electrodos a varias de las plantas y esperó. Siguió esperando. No había señales, ni siquiera de “soponcio”. Las agujas no se movían en el polígrafo.
Con una mezcla de bochorno, fastidio e intriga (nunca antes había visto semejante falta de respuesta), pasó un rato trabajando con los electrodos y finalmente renunció. Las plantas no querían “hablar”. Habían cortado toda su comunicación. . . y punto. Eso era todo. C. B. se dijo que si se habían “desmayado” debía de haber ocurrido antes de que él las conectara, probablemente en el momento en que la mujer había llamado a su puerta. . . con algún pensamiento errabundo flotando en su mente. Pero ¿Cual?.
Tras conversar amablemente unos minutos con su visitante, le preguntó que qué clase de trabajo hacía en la Universidad. Ella respondió alegremente: “En general, reúno plantas, las llevo al laboratorio, las pongo en el horno y las horneo para obtener su peso neto”. ¡Misterio resuelto!. Las asustadas plantas habían captado, por el extraño Código Morse de la percepción vegetal, que al laboratorio acababa de entrar una “bruja malvada” que quizá quisiera convertirlas en cosas secas.
En cuanto la mujer abandonó el laboratorio, C.B. muy preocupado, volvió a sus traumatizadas plantas; allí estaban, trazando otra vez sus normales diseños de “tranquilidad” en el papel del polígrafo pasado ya el susto.