El cáncer es aún una de las enfermedades más terribles. Una gran cantidad de recursos e inteligencia se han dedicado a la lucha contra esta dolencia, lo que ha posibilitado algunos logros importantes hacia su curación. Sin embargo, si importante es curar el cáncer una vez declarado, más importante aún es evitar que aparezca en primer lugar. La prevención del cáncer es, sin duda, una estrategia más juiciosa que intentar curarlo una vez aparecido.
Para prevenir el desarrollo de una enfermedad, conviene conocer sus causas. Hoy está claramente establecido que el cáncer es una enfermedad genética. Solo puede producirse si se generan mutaciones en algunos genes importantes para el control del crecimiento o de la muerte celular. Se sabe que existen numerosas sustancias o factores carcinógenos, todos los cuales, de una manera u otra, acaban por modificar químicamente al ADN y producir mutaciones. Evitar el contacto con dichos factores promotores de cáncer es, por tanto, primordial para evitar desarrollar un tumor.
OBESIDAD Y TUMORES
Sin embargo, algunas causas de cáncer bien establecidas continúan envueltas en el misterio desde el punto de vista de los mecanismos moleculares involucrados en el desarrollo de los tumores. Una de ellas es la obesidad. Los obesos muestran mayor incidencia de algunos tipos de cáncer, en particular de hígado, pero no se conoce por qué. ¿Cómo puede un exceso de grasa en el tejido adiposo llegar a causar daño en el ADN del hígado hasta el punto de inducir un tumor?
Algunos factores que podrían explicar este fenómeno han sido recientemente descubiertos. Entre ellos, se encuentra un mayor nivel de inflamación –asociado con la obesidad– que puede contribuir también al desarrollo del cáncer, así como cambios en las bacterias de la flora intestinal que participan en el desarrollo de una respuesta inflamatoria anormal. Como sabemos, la respuesta inflamatoria es parte de la lucha habitual del sistema inmune contra los microorganismos, y un mayor nivel de inflamación podría generar sustancias que activaran no solo al sistema inmune sino que también promovieran el desarrollo de los tumores. No obstante, de nuevo, es necesario comprender si estos factores ayudan a dañar alADN y a producir mutaciones que generan cáncer.
Investigadores de varias universidades y centros de investigación japoneses abordan este problema en una serie de elegantes experimentos con razas obesas y no obesas de ratones de laboratorio, a los que alimentan con diversas dietas ricas o no en grasas. ¿Qué han hallado en sus estudios?
En primer lugar, los investigadores encuentran que si se mantiene a los ratones en un entorno limpio y libre de bacterias, el desarrollo del cáncer de hígado no es diferente entre ratones obesos a los que se alimenta con una dieta rica en grasas y ratones delgados a los que se alimenta con una dieta normal. Así pues, la dieta y la obesidad por sí solas no afectan al desarrollo de los tumores. Es necesario invocar la existencia de otros factores, en particular microorganismos que estimulan al sistema inmune y factores promotores del desarrollo tumoral.
MUTACIONES Y DIETA
Para comprobar esta posibilidad, los investigadores tratan a ratones al poco de nacer con un mutágeno –una sustancia química que produce mutaciones en el ADN–. En este caso, las cosas son muy distintas: todos los ratones alimentados con una dieta rica en grasa, pero ninguno de los alimentados con una dieta normal, desarrollaron cáncer de hígado. Claramente, el mutágeno junto con una dieta rica en grasa favorece el desarrollo del cáncer hepático, pero, de nuevo, ¿por qué? ¿Cómo ayuda la dieta rica en grasa al mutágeno para, literalmente, causar una explosión de tumores en los ratones?
Los autores estudian entonces si alguna sustancia implicada en el metabolismo o absorción de las grasas estuviese involucrada. Es conocido que para la correcta absorción de las grasas, la bilis y los llamados ácidos biliares producidos por el hígado desempeñan un papel importante. Los científicos detectan así un alto nivel del llamado ácido desoxicólico, un ácido biliar, en la sangre de los ratones alimentados con una dieta rica en grasas. El ácido desoxicólico era ya conocido por participar en el desarrollo de algunos cánceres, como el cáncer colorrectal, y se sabe que es producido por la acción de la flora intestinal sobre la bilis. De hecho, los investigadores comprueban que la concentración de ácido desoxicólico disminuye en la sangre de ratones tratados con un antibiótico que ataca a la flora intestinal, y demuestran que el tratamiento con un coctel de cuatro antibióticos resulta en una reducción muy marcada en cáncer de hígado en esos animales.
Estos estudios, publicados en la revista Nature, dejan ahora bastante más clara la relación entre obesidad y cáncer. De hecho, no es la obesidad la causante del cáncer, sino la dieta rica en grasas que la origina y la mantiene, y que genera también una producción aumentada de bilis, la cual, a su vez, es metabolizada por la flora intestinal para producir un derivado químico, el ácido desoxicólico, que es devuelto al hígado por la sangre y acaba contribuyendo así a la generación de cáncer hepático (y quizá también a la de otros tipos cánceres).
Ahora que sabemos cómo todo esto funciona, tal vez creamos con menos dudas que estar obesos y una mala alimentación continuada acabará con nuestra salud; tal vez estemos más convencidos de ponerle remedio. Es una de las ventajas del conocimiento científico, que nos pone cara a cara con la realidad y nos fuerza a tomar decisiones.