En la sociedad actual, se sobrevalora la apariencia y belleza física.
La delgadez es tomada como un valor supremo, por lo que muchas personas
comenten actos que ponen en severo riesgo su salud para entrar en estos modelos
ideales. Los trastornos alimenticios como la anorexia y la bulimia crecen cada
día de forma alarmante y no existen hasta el momento políticas de prevención
que puedan frenar este fenómeno.
En esta lucha desesperada por alcanzar el peso más bajo posible, el
obeso es visto como aquello a lo que se tiene miedo y no se quiere llegar a
ser. Las personas obesas sufren constantemente la humillación y la
discriminación de una sociedad que no está adaptada para ellos, que les teme y
los rechaza.
A pesar de que la obesidad es una enfermedad que necesita tratamiento,
no se puede excluir al obeso hasta que tome la decisión de recuperar su salud.
La sociedad debe aceptar y respetar a la persona excedida de peso y brindarle
las mismas posibilidades que al resto de los individuos.
Las personas tienden a pensar 'que está así porque quiere', 'no tiene
voluntad' o 'no quiere adelgazar'. Se ve al obeso como alguien carente de
voluntad y compromiso, un prejuicio incierto e infundado. Muchos empleadores
toman estos y otros argumentos para rechazarlos. Asimismo, creen (o dicen
creer) que es una enfermedad que condiciona el desempeño de los quehaceres
laborales. Si bien esto puede ser cierto en algunos casos, hay muchas tareas
que pueden desarrollar personas obesas o delgadas por igual. La obesidad no
afecta la capacidad intelectual.
La discriminación no sólo se ve en el rechazo de los demás. El obeso se
siente excluido a la hora de vestirse, viajar en transporte público o concurrir
a ciertos lugares públicos.
Los grandes almacenes de indumentaria excluyen a las personas de talla
grande, siendo casi imposible conseguir ropa de marca en tallas superiores al
promedio. Los obesos se ven obligados a comprar sus prendas en tiendas
especiales de dudoso gusto y a precios muy por encima de lo normal.
Un obeso mórbido puede tener serias dificultades para viajar en avión,
tren o autobús. Los asientos son pequeños y se encuentran muy próximos, por lo
que la persona obesa no entra cómodamente. Muchas personas evitan sentarse al
lado de ellos en el transporte público y al no existir asientos especialmente
adaptados para personas obesas, algunas compañías obligan a pagar por dos
boletos.
En el cine, teatro y otros lugares de esparcimiento tampoco poseen
asientos apropiados, por lo que muchos optan por prohibir la entrada al obeso
argumentando que la infraestructura del lugar no es adecuada para ellos.
Ahora se sabe que la obesidad es una enfermedad y no una falta de
carácter o voluntad.